No entrarás a la panadería tranquilo, ni sacarás a pasear al perro, ni comerás con tu familia en un restaurante, ni irás a buscar a tus nietos a la escuela o a llevarlos al parque; no podrás, en esta tu vejez, pasear por la rambla al sol de la tarde, ni acercarte a hablar con otros viejos -movido por esa afinidad solidaria que da la vejez-, ni a persona alguna, ni siquiera en tu lecho de muerte, si entra un enfermero, un doctor o un camillero que no sea de tu círculo -de tu asqueroso círculo- sin que en el fondo lo sientas, aunque no se te haga perceptible en un primer momento, aunque intentes convencerte de que ya no lo sientes más, después de tantos años... pero lo harás, sentirás el miedo a ser reconocido: yo te maldigo, represor.
Porque la justicia nos sigue faltando.
No nos rendimos,
no nos callamos,
no l@s olvidamos...
No nos rendimos,
no nos callamos,
no l@s olvidamos...
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