sábado, 24 de octubre de 2009

A vos que no estuviste... Sobre el sistema de mentiras de la Impunidad‏

La impunidad se asienta sobre un eficiente sistema de mentiras bien aceitadas, repetidas hasta el cansancio desde distintos sectores del poder, como son el sistema político y la prensa alineada con él, aplicando aquello de que una mentira repetida 100 veces termina convirtiéndose en verdad.

A vos, que quizás no estuviste durante la dictadura pero que estás ahora, te invito a reflexionar juntos sobre estas cosas…


Recordemos algunas de esas mentiras convertidas en verdad a cachetada de prensa:


El que pide justicia es un rencoroso que no vive ni deja vivir, porque la justicia es igual a la venganza...

Resulta que desde que vamos a la escuela nos meten la palabra “justicia” hasta en la sopa, y que la justicia esto y que la justicia lo otro, y qué buena, y qué justa es la justicia, che, lo mejor que hay después del arroz con leche; y cuando las familias de los desaparecidos y los asesinados, y los que sufrieron tortura y años de cárcel política exigen justicia, ¡¿entonces la justicia es mala?! ¿¡Entonces la justicia es igual a la venganza?!!.

¿Cómo pueden ser iguales dos cosas que ni siquiera son sinónimos? El propio Estado contempla la necesidad de tener un órgano que “administre justicia” (o por lo menos en teoría), y por lo tanto existe el Ministerio de Justicia; pero nunca se escuchó hablar del Ministerio de Venganza.

La venganza es un acto personal; no le importa más que al que se venga, y el que se venga lo hace en nombre propio o de alguien muy cercano, pero no lo hace pensando en un bienestar social ulterior a su acto de venganza, ni pensando en mejorar el futuro de una sociedad, ni nada que se le parezca.


Como la justicia es igual a la venganza, lo más sano es perdonar...

Pero ¿con qué derecho perdonamos en nombre de las víctimas que ya no están? El perdón es tan personal como la venganza. Supongamos que alguien comete un crimen contra mí: por más atroz que sea, y siempre y cuando yo sobreviva, podría optar por perdonar a esa persona y, por lo tanto, decidir no vengarme de ella; así también podría decidir si me reconcilio o no, siempre y cuando la otra parte me haya pedido un sincero perdón y dé muestras de querer reconciliarse, ya que la reconciliación es tan personal como el perdón o la venganza. Pero no puedo perdonar a alguien y decidir, como si fuera lo mismo, no hacer justicia, porque la justicia es un derecho social, porque obtener justicia no es un derecho solamente mío, sino de todas las personas que formamos parte de esta sociedad, y yo no puedo decidir por todas las personas, mucho menos por aquellas víctimas directas que ya no están y por lo tanto no se les puede preguntar: “che, ¿te molestaría mucho si no metemos presos a estos tipos que te mataron?”.

También es el derecho de los que no pueden decidir en el presente, como los niños, que dentro de unos años se van a tener que fumar las consecuencias de las decisiones que tomemos hoy, y en ese sentido yo no puedo decirle a un niño: “mirá, nene, ahora vos no entendés nada pero yo voy a dejar libres a estos hijos de puta a pesar de todo lo que hicieron, para que se les siga enseñando a los milicos más jóvenes que torturar, asesinar y desaparecer gente está bien. Cuando vos seas grande estos viejos ya se habrán muerto, pero vas a tener a las nuevas generaciones de milicos que habrán aprendido la misma doctrina, y por lo tanto podrían hacerte lo mismo a vos si les llega a joder tu forma de pensar… No te molesta, ¿verdad, nene?”.

Y, después de todo, ¿quién carajo pidió perdón? Que yo recuerde, nadie. La idea en realidad viene desde la instauración oficial de la impunidad, con la promulgación de la Ley de Caducidad, y se trata más bien de una forma de reconciliación bastante particular, al mejor estilo Fuerzas Armadas: “te reconciliás o te refundo”.

El hecho es que no existe el torturador arrepentido o con remordimientos. Para ser torturador, para poder perpetrar los actos que cometieron sin que les temblara el pulso, sin vacilar, no podía haber lugar para la duda o el remordimiento, y es lógico pensar que sentían satisfacción por lo que hacían. Pero no hay que confundir al torturador con un delincuente común, ni con un psicópata que no puede dominar sus actos debido a una enfermedad mental. Un torturador no es un enfermo psiquiátrico; no existe una justificación médica para sus crímenes. Tampoco es un criminal común; quizás en la historia personal de un criminal común exista alguna causa, que si bien no justifique sus crímenes, nos ayude a comprender cómo esa persona derivó en un criminal. Pero el caso del torturador no es ese. La explicación de cómo un torturador se convierte en lo que es, está en el mismo Estado, está en los llamados aparatos del Estado. Los torturadores se crean. No son un accidente de la sociedad, ni una consecuencia no deseada de la pobreza extrema, de la corrupción en todas sus escalas, anexada a los bolsones donde campea el crimen organizado a bajo y alto nivel, etc. etc.; esos sí son los criminales que el Estado no desea y quiere combatir (o por lo menos eso es lo que se pondera desde los discursos oficiales). Pero el torturador no es un criminal no deseado, sino todo lo contrario. El Estado los crea a propósito para que cumplan un cometido, al igual que se fomentan médicos para la salud pública, abogados de oficio para los juzgados, maestros para las escuelas, etc. Los torturadores son funcionarios del Estado.

El torturador está entrenado por instituciones estatales, nacionales y extranjeras, para ser torturador; y por su parte, el torturador eligió como función, como tarea a desempeñar en su carrera, ser torturador. Y tanto por ese entrenamiento previo, como por el contexto de las situaciones extremas en que se va a ver ubicado, no hay lugar para remordimientos ni cuestionamientos morales tal como nosotros los podríamos entender. Ese tipo de trabajo no se puede cumplir con dudas a nivel ético, sino con decisión y goce. Si el torturador llega a ser lo que es, es porque eligió serlo, lo disfruta y recibe el crédito de sus superiores.

El hecho se confirma en que hasta el momento ninguno pidió perdón de nada; por el contrario, reivindican sus actos cada vez que pueden, diciendo que todo lo que hicieron, lo volverían a hacer, y mientras se autoproclaman como víctimas, continúan negándole a los familiares de los desaparecidos la verdad sobre sus seres queridos. El grado de perversidad de esta situación llega al punto de que en muchos casos las viejas (como se les dice cariñosamente), que ya se están despidiendo de este mundo, tienen prácticamente la misma cantidad de información sobre la desaparición de sus hijos que hace 30 años atrás, y las están dejando morir negándoles el mínimo derecho a la verdad.

La mayoría de estos torturadores continúan libres al día de hoy. De esta clase de gente se valieron los gobiernos pre-dictatoriales, el gobierno de la dictadura, y defendieron y defienden hoy sin ningún escrúpulo los partidos blanco y colorado (y, lamentablemente, algunos personajes de la izquierda electoralista, para enorme tristeza de mucha gente que cree en ellos).

- ¿Y el “perdón” conque se llena la boca Monseñor Cotugno?

Juan Pablo II dijo en un discurso que perdonaba a su agresor Ali Agca por intentar matarlo a tiros, pero nunca pidió una rebaja en la pena que le había dictado la Justicia. ¡Mucho menos que lo dejaran libre!


En Uruguay hubo una guerra sucia…

Qué guerra sucia ni qué ocho cuartos... Acá hubo una dictadura cívico-militar, donde las Fuerzas Armadas tomaron el poder junto a sus secuaces civiles.

Hoy ya ni siquiera corren las viejas excusas de siempre para no juzgar a la dictadura como tal, porque no resisten el mínimo análisis: el golpe de estado se dio el 27 de junio de 1973, y los propios milicos, con su jefe civil a la cabeza - Juan María Bordaberry-, dijeron haber terminado con la guerrilla en 1972; por consiguiente, ya no había lucha armada en el momento del golpe.

Hasta Sanguinetti tuvo que achicar un poco con la farsa, por lo que hace algunos años admitió que no se podía seguir sosteniendo la idea de que el golpe de Estado se dio para detener el avance de la guerrilla. Repito: el mismísimo Sanguinetti no pudo seguir usando gratuitamente una de sus mentiras favoritas, la misma que usó durante muchos años para justificar las atrocidades de sus aliados militares y la permanencia de la Ley de Caducidad.

No podemos obviar el hecho de que las dictaduras fueron, en gran medida, un invento extranjero, maduradas, evaluadas y financiadas por los Estados Unidos de Norteamérica. Se pensaron como herramientas, y como tales, se volvieron obsoletas una vez que cumplieron su objetivo (instaurar un modelo político-económico bien determinado), por lo que posteriormente se dejaron de lado, muy a pesar de sus cabecillas, quienes tenían la intención de perpetuarse en el poder.

Ahora, miremos un poco a la otra orilla:

Hoy en día, en la Argentina se habla de genocidio en todos los ámbitos, tanto públicos como privados. Se habla de genocidio desde el gobierno, en las escuelas, en la prensa, etc. Ese genocidio de la Argentina no es un hecho aislado, porque las dictaduras de nuestra región no fueron hechos aislados, sino que los aparatos represivos de nuestros países estuvieron coordinados y colaboraron entre sí: a esta coordinación se le llamó Plan Condor, porque surgió desde Chile como una estrategia regional, planeada por Pinochet y su gente (y con la plena colaboración de EEUU). Es por eso que los miles de desaparecidos de Chile, Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay, están vinculados por un mismo accionar. Es por eso que el genocidio de Argentina es también nuestro; se le suman los más de doscientos detenidos-desaparecidos uruguayos, la mayoría de ellos, desaparecidos en Argentina, donde la dictadura uruguaya tenía represores colaborando con el terrorismo de estado argentino; represores que están involucrados en desapariciones de ciudadanos de varias nacionalidades (esa colaboración e intercambio de torturadores sucedió en todos los países bajo dictaduras en el Cono Sur).

Entonces, los torturados, asesinados y desaparecidos, ¿estaban haciendo la guerra a los tipos que los torturaban? Una persona presa o secuestrada - guerrillera, sindicalista, maestra, militante social, delincuente común o lo que sea; no importa - atada en el suelo e indefensa, ¿está en igualdad de condiciones que el hijo de puta que la revienta a patadas hasta matarla, o le pega un tiro en la nuca? Entonces, siguiendo la misma lógica, los muertos y torturados en los campos de concentración nazis, ¿le estaban haciendo la guerra a los nazis? ¿Alguien en su sano juicio podría llegar a pensar que estaban en igualdad de condiciones? ¡¿Son las caras opuestas de una misma moneda los muertos de Auschwitz y los nazis de Auschwitz!?

¿Y acá en casa? ¿En guerra contra quien estaban las jóvenes mujeres embarazadas, como María Claudia García, a las que mantenían con vida solo hasta que dieran a luz, para después matarlas y quedarse con sus bebés? ¡¿En guerra contra quien estaban esos bebés que fueron expropiados!?

El Nunca más es una cuestión meramente política a solucionar con un par de actos y una fecha de calendario…

No, el Nunca más es una posición política e histórica que se asume a nivel social, y una garantía de futuro digno.

Y es mucho más que eso, no debe quedarse en una mera posición sobre el pasado sino que debe ser un compromiso real de todos en este presente, y no ha de ser dejado en manos de aquellos que manosean y distorsionan los hechos, tanto para salvaguardar su impunidad como terroristas de estado, como para mantener el secreto de su cobarde colaboración, así como tampoco en manos de aquellos que no tienen escrúpulos en manipular la verdad con tal de asegurarse réditos electorales.

El Nunca más es el legado más importante a las nuevas generaciones, aunque estas nuevas generaciones, gracias a la política de mentiras y silencio que hemos sufrido desde hace tanto tiempo, no tengan ni idea de qué carajo se les habla cuando escuchan decir “Nunca más”.

Algunas certezas:

Un torturador no es mi hermano.

La mentira oficial se construye sobre la verdad secuestra.

La justicia, al igual que la memoria, tienen como punto de partida la recuperación de la verdad, como un derecho de todos.

La memoria es nuestra historia como sociedad; la compartimos y construimos entre todos. Vos se lo vas a contar a tus hijos, y ellos a sus hijos, y así sucesivamente, pero también se la vas a contar a quien tengas al lado, a tus amigos, tus compañeros de clase, de trabajo, y a su vez ellos te la van a contar a vos también. Incluso quizás se la cuentes a tus padres y demás mayores, si aún no la compartieron con nadie, porque ellos vienen de vivir más de cerca los años donde el terror se imponía, y puede ocurrir que se animen a hablar de ciertos temas recién conversándolos con vos ahora.

Esto quizás pueda parecer difícil porque depende de nosotros y no nos lo va a solucionar ningún Estado ni ningún gobierno; pero si lo pensamos un poco, no es más que una práctica ancestral del ser humano: los más viejos trasmiten su historia a los más jóvenes, que a su vez la van a transformar al hacerla propia y al transmitirla a la siguiente generación. No se trata de un trabajo a realizar; no hace falta sudar para construir la memoria colectiva. Se hace instintivamente, siempre y cuando no te hayan impuesto el miedo a hacerlo, siempre y cuando no te hayan dicho que conocer el pasado es peligroso, y vos lo te hayas creído.


A alguien le sirve que no sepamos nada del pasado reciente, y que, por lo tanto, no aprendamos nada de él... Los giles se gobiernan más fácil.


ABAJO LA LEY DE IMPUNIDAD

Colectivo CONTRAIMPUNIDAD