Por Roger Rodríguez
Ya no tendrá una bufanda para ocultar su rostro, ni hará una mueca para desfigurar su cara en la foto, ni podrá ampararse en la ceguera de sus víctimas encapuchadas … El coronel Juan Manuel Cordero Piacentini será fotografiado de frente y de perfil, para que nadie olvide los detalles de su siniestra figura.
Ya no irá al bar
Ya no podrá interrogar con esa voz irónica que se transformaba en despiadado grito para aterrar a sus detenidos, atados de pies y manos, sometidos a la corriente eléctrica, hundidos en el agua podrida del tacho, golpeados salvajemente… Manuel Cordero será quien tenga que dar respuesta a las preguntas de fiscales y jueces.
Ya no participará de aquellas fiestas del Lido, con whisky importado, con cocaína de la buena, con mujeres que aceptaban o lo soportaban, cuando le decían “Manucho” y él se sentía un play boy, festejado por sus alcahuetes… Cordero pasará sus noches tras las rejas, temiendo que alguien venga a acompañarle.
Ya no gozará de la caducidad que le daba la ley de Julio María Sanguinetti, del indulto de Carlos Menem, de la vista gorda de Luis Alberto Lacalle, de la cobertura de Jorge Batlle, de la complicidad del ministro Marco Aurelio, o de las maniobras de sus abogados…
El reo J.M.C.P. afrontará el juicio que corresponde y el castigo que merece. Y aunque nada de eso le quitará el dolor a sus torturados, le evitará la humillación a sus violadas, le devolverá la vida a Iván Morales, a Zelmar, al Toba y sus otros muertos, o permitirá encontrar restos de sus desaparecidos, existirá más verdad y se hará justicia. Y, sobre todo, la impunidad de un criminal de lesa humanidad habrá sido derrotada.
Tomado de
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